DOÑA FELISA, O DEL AMOR A SANTOMERA

Felisa Villalonga GP

Doña Felisa Villalonga García de Paadín (1856-1928)  fue mujer de don Juan Murcia y Rebagliato.  Acompañó a su marido hasta que este falleciera un 12 de mayo de 1891. He aquí el retrato de  la esposa de quien plantase las rosas verdes en el último tercio del siglo XIX, hoy convertidas en el vegetal por excelencia de Santomera.

Si rastreamos los orígenes de esta señora, podemos descubrir que sus raíces penetran en tierras gallegas y andaluzas. Hermana de don  Manuel y doña María de la Asunción, su madre fue doña Adelaida García de Paadín Cano y su padre don  Ramón Villalonga y Franco. Sus abuelos maternos, don Manuel García de Paadín y doña Benita Cano de Yangüas. Y sus abuelos paternos, don Ramón Villalonga de Andino y Francisca Franco Albelda. Coronoles de Infantería aparecen en este peculiar linaje que recorre nuestra península.

La historia del matrimonio Murcia-Villalonga es tan  curiosa como bonita. Doña Felisa casó  con don Juan un 5 de noviembre de  1878 en Madrid. Pero no fue un enlace único. Esta familia se llevaba tan bien que casaron los dos jóvenes abogados, don Juan y don Andrés, con sus respectivas mujeres, doña Felisa y doña Concha, el mismo día y en el mismo lugar. Los enlaces se formalizaron en la casa familiar de estos, en el número 8 de la Plaza del Progreso de Madrid, siendo testigos don Jose Moreno Leante, diputado a Cortes, padre político de los hermanos  y su madre doña Teresa Rebagliato Sorzano. Las bendiciones de la boda estuvieron a  cargo del párroco de San Millán. La prensa de la época, al día siguiente, se congratulaba por el enlace finalizando su reseña de esta manera:

<<Inmediatamente saldrán los nuevos cónyuges para sus posesiones de Murcia y Orihuela a pasar la luna de miel, que les deseamos sea muy larguísima y que disfruten de todas las felicidades>>

Cinco hijos llegaron al mundo del matrimonio Murcia-Villalonga:  Adela, Antonio, Juan, Ramón y Teresa.

Debemos enfatizar que la familia  Murcia no solo eran  propietarios de grandes extensiones de tierra, personas  que vieron en Santomera un  simple lugar de retiro.  Algo debe tener  nuestra querida Santomera que los hizo enamorarse de ella, un sentimiento que hizo que se implicaran con  este pueblo como si fuera el suyo. Casi cinco años llevamos pregonando la bondades de todas las generaciones de esta familia y la grandeza de todos sus frutos que hoy perviven, una imborrable huella que vemos en nuestros edificios más representativos, en nuestra Semana Santa, en nuestra botánica y en sus continuas muestras de generosidad y humanidad cuando más difícil lo hemos pasado los santomeranos. 

Si es cierto aquello  que obras son amores y no buenas razones, esta familia fue ejemplo para todos nosotros. Ojalá, algún día, se les rinda públicamente los  honores que merecen y  los hijos del presente tengamos  la oportunidad de mostrarnos agradecidos ante todos sus descendientes, invitarlos a Santomera  para poder darles las gracias a todos, básicamente, porque las deudas de amor, solo con amor se pagan.   

 

MANUEL GARCÍA SÁNCHEZ

 

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