LA BUENA DE BRÍGIDA

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 A la memoria de mi tía bisabuela Brígida

 

Agradecimientos

Gracias  a todas las personas que han hecho posible este artículo. A todas  les ha faltado el mundo cuando les he preguntado por la protagonista de este nuevo texto, a todas se les ha iluminado la cara, a todas les ha cambiado el tono de la voz.  Yo, al fin y al cabo, creo que  solo he sido el redactor final de un trabajo en el que se han  sumado muchas voluntades para recuperar la memoria de una vecina muy especial de Santomera, una persona humilde  que llenó de buenos recuerdos las vidas de no pocas personas que hoy la rememoran con afecto y estima.  Es para mi un honor presentar, en esta ocasión,  a la buena de Brígida.

 

 Genealogía

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La familia Campillo Villaescusa

Brígida Campillo Villaescusa nació  el 18 de marzo 1903 en Santomera. Su cuerpo descansa en el cementerio de la localidad desde 1978 (a la espera de ver el archivo parroquial estamos para precisar esta fecha). Hija de Ignacia y Pedro,  fue hermana de Adela (quien trabajó para doña Mercedes Artés Olmos), María, Teresa y Manolo. Pese a que no tuvo hijos, Brígida tiene familiares dentro y fuera de  Santomera. Todos la recuerdan como una persona con gran vitalidad. Alegre por definición. En conversaciones con su sobrina nieta, Merche, hija de  Mercedes Rey Campillo y Antonio González Expósito (‘Santiago del horno’), hermana de Antonio, Alberto y Jose, pudimos ver en primera persona el lado más humano de esta historia. Ella nos ha facilitado datos genealógicos y  algunas fotografías que compartimos en este artículo.

 

Brígida y la familia Murcia

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Brígida en la fachada principal de la Casa del Jardín

La protagonista que estamos presentando trabajó para don Claudio Hernández-Ros Murcia, prestigioso traumatólogo que tanta huella dejó en Santomera -mirar ‘La Cama’ y  no pensar en él es imposible-, por ello forma parte de la historia de las rosas verdes de Santomera. Sin embargo, esa relación no fue estrictamente laboral, y eso es, a mi juicio,  lo más importante, no la persona que trabajaba para él, sino la clase de persona que lo hacía.  Brígida no fue una sirvienta trabajando en condiciones infrahumanas. Brígida no fue una cocinera que trabajaba de sol a sol y sin descanso. Brígida, muy al contrario,  fue una gran maestra del arte culinario, una mujer trabajadora, una excelente persona, pero sobre todo: una más de la familia. Así se sentía ella, así la veían a ella.

Su sobrino nieto Alberto nos recuerda que “ella nos llevaba de niños a ver el Jardín de los Murcia”. Su hermana Merche lo corrobora: “le gustaba dar paseos y enseñarnos los árboles, explicarnos cosas”. “Por donde pasábamos, la gente saludaba”, nos confiesa Merche,  quien además asevera que casi todo lo que sabe de su tía es gracias a su madre, la hija de Adela.

No menos cordial y respetuosa fue la relación que Brígida tuvo con Manolo del Jardín y su esposa Claudia, así como con sus hijos. “Era una maravillosa persona, la queríamos mucho”, relatan los descendientes de Manolo del Jardín que se alegran con tan solo recordarla.

Desde Madrid, Claudio Hernández-Ros Kirkpatrick, uno de los cuatro hijos de don Claudio, recuerda con especial consideración a Brígida. “Aunque nosotros eramos muy niños, recuerdo que era una persona de bien, muy cariñosa con los niños. Cuando íbamos a Santomera, estábamos deseando verla”.

 

Brígida, “una persona llena de vitalidad”

“Tenía mucho amor para dar y lo daba”, cuenta orgullosa la familia. “Dada a todo el mundo, en eso consistía su verdadera independencia”. Y “alegre, ingeniosa, bromista, con la sonrisa siempre en la boca”. También rescatan del olvido muchos vecinos de Santomera que cuando había fiestas, cuando había que hacer “tortas”, “era a Brígida a quien acudíamos, siempre se prestaba y en un momento nos preparaba algo”. Al parecer, y por todo lo que hemos podido saber, la sabiduría que tenía Brígida del mundo de la cocina solo era superada por su innata bondad. “De esas personas que vienen al mundo a entregarse a los demás”.

Desde Murcia, Mari Carmen Sánchez Navarro, sobrina nieta de Brígida, también nos recuerda la “alegría desbordante” que siempre tenía. “Siempre cantando y bailando”. Al fallecer la madre de Brígida, nos cuenta Mari Carmen, su madre Carmen (la mujer del Pepín el Regante) la enviaba a dormir con ella para hacerle compañía. Brígida, en su línea, empezaba a explicarle detalles de la casa a Mari Carmen, hasta llegar al dormitorio, donde le contaba que había que “tenerlo todo bien ordenado, por si por la noche venían los muertos de visita”. Le decía: “tú no te asustes si ves alguno en la cama, qué alegría más grande volver a encontramos con ellos”. Mari Carmen le dijo a su madre que quería mucho a su tía, pero prefería no volver a dormir con ella por si se presentaban las esperadas visitas.

 

 Brígida ‘la solterona’

A Brígida la llamaban, popularmente, ‘la solterona’. La sociedad de aquellos años era muy cerrada en según que planteamientos, y en el momento en el que alguien se desviaba un poco del canon a seguir no faltaban apelativos y etiquetas por parte de la gente. Aún así, Brígida mantuvo un noviazgo de 30 años, “el noviazgo más largo de la historia en Santomera”, decían algunos por entonces, que no trajo ni  boda ni  hijos.  Sin embargo, hay algo que casi nadie sabe. Brígida tenía un amor secreto. Un amor imposible. Un amor que no  pudo olvidar en  toda su vida. Probablemente, ese noviazgo de décadas no llegó a ningún puerto  porque un médico que frecuentaba el Casino de sus padres le robó el corazón.

 

 El retrato de un niño

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Brígida nunca hablaba de la familia Murcia. “Y  si lo hacía, era con admiración y mucho respeto”. Nos proporcionan un retrato que  compartimos. Esta fotografía la conservaba Brígida en su casa como si fuera oro en paño. El niño que protagoniza la imagen es Ignacio Hernández-Ros Kirkpatrick, el hijo mayor de don Claudio, quien años después celebraría su propia boda en el Jardín de Santomera.  Nos hemos puesto en contacto con él para saber si  reconocía al niño de la imagen, si él se reconocía en ella. Sorprendido, nos dice que “con un 99 por ciento de probabilidades” es él. El retrato se hizo cuando Ignacio cumplió su primer año. “Nos tenía mucho cariño, cuando íbamos a Murcia en verano se venía con nosotros. Siempre nos trató con mucho afecto. Tengo muy buenos recuerdos, para nosotros era una persona de naturaleza buena”, cuenta conmovido cuando le recordamos que su fotografía la tenía Brígida guardada con mucho celo.

 

Esta, estimados lectores, es la breve historia de la buena de Brígida. Una persona que vino al mundo para endulzarlo. Como dicen desde Madrid: el honor fue nuestro por estar rodeados de personas tan buenas.

 

 

MANUEL GARCÍA SÁNCHEZ

 

 

 

 

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