‘LA FAMILIA DEL JARDÍN DE SANTOMERA’

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“Comenzaré, ante todo, por nuestros antepasados, pues es justo y, al mismo tiempo, apropiado a una ocasión como la presente, que se les rinda el honor del recuerdo. Habitando siempre ellos mismos esta tierra a través de sucesivas generaciones, es mérito suyo el habérnosla legado libre hasta nuestros días. Y si ellos son dignos de alabanza, más aún lo son nuestros padres, quienes, además de lo que recibieron como herencia, ganaron para sí, no sin fatigas, todo el imperio que tenemos, y nos lo entregaron a los hombres de hoy”

(Discurso Fúnebre de Pericles, Tucídides)

 

La familia

Cuando se dice  que la familia es lo más importante, dudo mucho que se diga por decir, ni por el hecho de que suene bien a los oídos receptores o a los ojos que lean tan apolínea afirmación. Sin embargo, en los tiempos que corren, donde casi ningún familiar conoce al que tiene al lado,  pronunciar esta frase puede  parecer, más bien, una expresión sacada de una película, en el mejor de los casos, de la mafia. En realidad, me compadezco hondamente de  quien pueda pensar esto último, me apena hasta las entrañas, no sé si por empatía o por  desconcierto.

No deja de ser una tragedia contemplar cómo han cambiado las cosas, cómo nuestro sistema de prioridades responde, ahora, y para desgracia y condena de las generaciones futuras, a un sinfín de estúpidas tecnologías que nos hace estar más tiempo con la cabeza agachada que dirigiendo nuestra atención  a los que tenemos cerca. Y es que se ha perdido la sana costumbre de mirar a los ojos a los nuestros. Ver el brillo que desprenden cuando los tenemos cerca  y contemplar que hay miradas que también hablan, que también besan y abrazan. ¡Qué maravilla cuando recuperamos todas esas antiquísimas costumbres! ¡Qué júbilo cuando nos damos cuenta que donde hubo siempre habrá!

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Advertencia  de ‘pena de muerte’

Estoy amenzado con pena de muerte, lo digo de manera hiperbólica, si los expongo públicamente en uno de mis artículos sobre la historia de las rosas verdes de Santomera.  Sé que no se lo esperan. Y no se lo esperan  porque nunca esperaron favores de nadie ni protagonismos impuestos. También sé que  yo ‘solico’ me pongo la soga en el cuello con esta publicación, pues avisado estoy de sus severas advertencias. Fieles al patriarca, todos llevan una vida de humildad y sencillez.

En verdad os digo  que me disculpéis por romper esa clama y sosiego de espíritu.

A ellos, a los que quedan, a los que llevan una forma de ser y de estar en el mundo poco comunes, va dirigido este artículo.

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Un día que se volverá eterno

Ayer, 19 de agosto, estuvieron en casa. En mi casa. En la casa de las rosas verdes de Santomera, esas flores que estuvieron en el Jardín del Buen Retiro de Madrid en 1880 con el auspicio de S. M la Reina. Ayer estuve enseñándoles cómo van esos cítricos que fueron galardonados en el siglo XIX con medallas de oro en certámenes nacionales de horticultura. Les mostré también las palmeras y los imposibles juegos que hacen por no morir.  Les indique otras variedades de rosas que humildemente he querido que completen tan maravilloso enclave, así como el sufrimiento por el que ahora mismo pasan los geranios de floración doble. Por un momento, recordé cómo Manolo del Jardín gustaba, con una sencillez inigualable, enseñar el Jardín, todo lo que quiso dejar para la posteridad,  y el  agradecimiento que mostraban las plantas exhibiéndose ante él. Mil veces menos sabio que el maestro de jardinería, reconozco que cada día se un poco más sobre eso que llaman ‘pequeñas cosas’, ‘momentos cotidianos’.

Sin embargo, y a diferencia del patriarca de la familia, aunque los dos seamos  ‘sabios’, esto es, sabemos de sabores, mi paladar aún no está desarrollado, no tiene la finura que tenía ese vecino de Beniel que vino a entregarse a Santomera. Esa es la razón, entre otros motivos,  por la que necesito a la saga familiar. Por eso les invado a preguntas de todo tipo sobre las rosas o los cítricos. Sobre los esquejes y los injertos. Por qué ese pomelo llora lágrimas de oro o por qué hay mandarinos que huelen más intensamente que otros. Y ahí están  los sabios del Jardín para, con toda la afabilidad del mundo, decirme que les ocurre a esos vegetales, cómo solucionar sus problemas y cómo evitar otros posibles. No sin reñirme por los continuos despistes que sigo teniendo.

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Pasado,  presente y futuro

También son una enciclopedia bípeda. Verdaderos cronistas que guardan para sí los secretos más profundos de nuestra historia, de nuestra generosa tierra.  Atesoran datos y hechos que estoy completamente convencido que no saben la inmensa mayoría de mis vecinos. También resulta curioso cómo son ellos quienes me aleccionan sobre todo lo que sucedía en aquellos tiempos, años en los que mi única preocupación eran entrar a la despensa a atiborrarme de comida  o pasar los veranos saltando entre las raíces de ese ficus que siempre recordaré como un gran guardián, un templo que debería haber sido sagrado para todo el mundo. Al menos para ellos lo fue.

Su innata  generosidad les hace hablarme de las gestas del pasado, yo intento corresponderlos con  las crónicas del presente. Les cuento mis contactos con la familia de don Claudio, las conversaciones que tengo con uno de sus hijos, Claudio, una de las personas más especiales que hoy tengo en mi vida. Ellos me hablan del pasado, yo del presente. Y así caminamos hacia el futuro.

Que me regalen algunas plantas que ellos también consiguieron salvar del hundimiento del Jardín, que vengan entre el 15 y el 20 de agosto a sembrar alhelíes a mi casa,  que no hayan dejado en su vida pasar ni un  solo día sin mostrarse honrados  con el prójimo, solo me certifica lo que ya sabía de antaño, a saber: que si en la actualidad hay alguien en Santomera que se parezca a Manolo del Jardín, esos son ellos. Personas con madera de boj, hijos de Santomera  cuyos principios siempre serán duraderos.

¡Gracias  por todo!

¡Gracias por tanto!

 

MANUEL GARCÍA SÁNCHEZ

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