NUESTRO VERDADERO PATRIMONIO

6-08-83(1)

Nunca quiso salir en fotografías institucionales. Era  fiel practicante del lema: “no dejes que  tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha”. Le bastaba con hacer el bien y no mirar a quién.  ¡Qué importaba salir en una portada! ¡Qué sentido tenía enseñar los cinco dedos de la mano! Le resultaba tan incomodo ser el centro de atención, como incomodo le fue ocupar cada uno de los cargos que ostentó. Cargos que nunca deseó ni buscó, pero siempre que se necesitó a alguien al que no le faltase el aliento para las causas nobles y justas, era a él a quien  buscaban una y otra vez. Nunca supo  decir que no. Si podía ayudar, ayudaba. Darse a los demás era para él un imperativo moral.

Tan solo su presencia, la de un hombre que entra sin hacer ruido pero con paso firme,  anunciaba que era el bien quien  motivaba sus acciones. Autoridad moral incuestionable para los unos y los otros, para todos. Era de esas personas que ya no existen, o al menos yo, personalmente, no conozco a ninguna. Personas que hacían de su modo de obrar su verdadero argumento. En él se encarnaba también aquello de “obras son amores, que no buenas razones”. Parco en palabras, acreditado por sus hechos. Su gran discurso no fue otro que el de una vida ejemplar, una vida irreprochable. Un Quijote sin mancha al que nadie tiene nada que objetar.

Y pese a todo, consiguieron olvidarle. Lo hicieron en los últimos años de su vida, cosa que él mismo pudo sufrir en sus carnes. Pero también lo olvidan ahora. Dejaron de necesitarlo y tampoco lo necesitan ahora.  Todas las empresas cumplidas, todos los retos superados, para qué seguir contando con alguien que no forma parte de la sociedad del espectáculo. Seguramente, nunca nadie sepa lo que realmente pensaba al respecto, porque aunque su indignación asomaba por los poros de su piel, la generosidad que tantas cosas le permitió hacer, una lealtad a unos pocos principios que siempre le obligaron a ser honesto y honrado, jamás borró su mirada afable y su mano extendida. Un respeto por la verdad sin parangón. Un hombre de palabra al que sobre todo podemos ver en fotografías familiares, porque si algo le caracterizaba es que nada de lo humano le era ajeno, y en lo cotidiano es como más cómodo se encontraba, disfrutando de lo simple y lo sencillo.  Poco necesitó este hombre de bien, austero por definición, cuya conciencia siempre estuvo tranquila.

Reconozco, públicamente,  que me hiere profundamente verlo en el cajón del olvido, pero más me duele observar como incluso los más cercanos, los que estuvieron a su lado,  no alzan su voz y lo recuerdan. Sin embargo, y pensando sobre todo en él y su memoria, intentaré huir del reproche fácil, de la acusación despechada. Cada cual que asuma la coherencia que quiere que su vida tenga. No puedo poner una pistola en la cabeza en todos aquellos que no lo recuerdan o incluso lo ningunean a conciencia, y si pudiese tampoco lo haría. ¿Para qué? Al final, como «la verdad está en los resultados», son nuestros hechos los que nos definen. Hay que ser tolerante hasta para permitir que cada cual se destruya del modo que mejor le parezca

Manolo del Jardín, más allá de lo que aquí se pueda decir, ha pasado a la Historia del pueblo de Santomera como esa persona humilde y servicial  que no guardó su talento para conservarlo, sino que supo duplicarlo con creces. Y eso, nadie podrá cambiarlo ni cuestionarlo nunca. Protector de nuestro patrimonio como muy pocos, a pulso se convirtió en parte esencial de él.

 

Él murió en paz,  otros nos conformamos con vivir  profundamente  orgullosos al saber -y no querer olvidar- que nos tocó de cerca.

 

 

MANUEL GARCÍA SÁNCHEZ

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