LA GENEROSIDAD EN LA HISTORIA DE SANTOMERA, NO BUSQUEMOS FUERA LO QUE TENEMOS DENTRO

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Don Juan Murcia y Rebagliato, Padre de las rosas verdes de Santomera, y sus ‘jardineros’, la élite de la jardinería  española en 1880, con la estética huertana.

 

Año 1880. Unos viajeros recorren las tierras de la península.  Uno de los trayectos: Murcia-Alicante. Dejando testimonio de que lo más hermoso de Murcia es “su célebre Huerta”, a nuestro pueblo llegaron desde la diligencia situada en la Plaza de las Cadenas, detrás de la Catedral de Murcia.

 

El primer cambio de tiro es en Santomera, pueblo situado en el límite de la llanura, entre la huerta de Murcia y la de Orihuela”. Sin embargo,  “aquí comienzan nuestros infortunios. El compañero se baja de la diligencia, da algunos pasos por el camino y de pronto cae hacia atrás sin lanzar un ¡ay! Su cabeza da sobre el portal de la casa de postas, y quédase tendido sin movimiento”, dejaron por escrito estos viajeros.

 

Al parecer, “fue un cuarto de hora bien malo. El desgraciado había caído de espaldas con un ruido sordo. Le habían levantado y colocado sobre una silla. Unos le echaban agua a la cara, y otros le frotaban las manos, una mujer le aplicaba alcanfor a las narices, mientras que las demás mujeres le hacían aire con sus abanicos. Todo era gritos y lamentaciones: unos exclamaban: está muerto; otros: se muere: mutuamente se enviaban a llamar al cura y al médico. A todos estos gritos y a todos estos cuidados, él sólo respondía con quejidos lastimeros. Al cabo de unos doce minutos, abrió los ojos creyéndose no haber padecido más que un desvanecimiento de algunos segundos”.

 

Ellos mismos, aseguraron que “en medio de nuestra desgracia, habíamos tenido la suerte de caer en un pueblo de buenas gentes y en un país rico, lo cual no es muy común en España. Fuéronle prodigados al enfermo los mayores y más delicados cuidados. En seguida se trajo el colchón del uno, la almohada de la otra, se arregló una cama en el suelo, se cerraron todas las ventanas, y el enfermo bien pronto recobró sus fuerzas, gracias a aquel frescor y a aquella oscuridad”.

 

Sin olvidar su paso por nuestras tierras, dejaron también el siguiente testimonio: “posteriormente la desgracia ha caído sobre aquel país. El Segura y algunos riachuelos de ordinario sin importancia han arrasado la espléndida huerta; mas nosotros confiramos que los habitantes de Santomera, tan amables y complacientes, habrán escapado a la furia de las olas. Por su feliz situación, al pie de las primeras estribaciones de la sierra de Orihuela, habrán sufrido poco, y en todo caso habrán podido salvarse refugiándose sobre las rocas inmediatas”.

 

“Cuando nosotros estuvimos allí el país sufría gran sequía, no había caído una gota de agua hacía meses y el calor era violento. Siendo el agua tan rara, cada casa tiene siempre regular provisión de ella para los meses secos; en la cocina de la casa, donde fuimos recibidos, había tres inmensas tinajas, con agua para tres meses”.

 

«Fuera, el sol tostaba la calle, en cuanto se alzaba la cortina de la puerta, se recibía en la cara una bocanada de calor, y lo blanco de las paredes y del camino quemaba los ojos. Así, con todo mi deseo de ir a dibujar los nopales y las palmeras de la huerta, mientras mi compañero se reponía, vime obligado a permanecer a la sombra, y para ocupar en algo mis forzados ocios, comencé los retratos ¡ay! poco parecidos, de los amables señoras y señoritos y del gato de la casa

 

Así terminan estos viajeros la referencia a Santomera: “al caer la tarde, repuesto un tanto mi compañero, y menos ardiente el sol, creímos llegado el momento de dar las gracias a las excelentes personas que nos habían dado hospitalidad, y ponernos en camino . Buscáronnos un carro de una mula, sobre el cual se tendió un colchón para el enfermo, y partimos para Elche.”

 

Estos viajeros, no solo supieron apreciar los valores de las personas que los acogieron (Santomera tiene larga historia en esto), sino que dieron cuenta de la vestimenta que llevaban las huertanos, una perspectiva etic sobre nuestra histórica estética que nos engrandece siempre ante terceros:

 

“El de los huertanos es muy interesante. Llevan el traje más pintoresco de la península: un gran sombrero sobre un pañuelo de seda, chaleco, faja y calzones blancos flotantes como unas enagüillas; muchos llevan las piernas desnudas, con alpargatas o sandalias de cáñamo.” Retrato fiel de los jardineros de don Juan Murcia y Rebagliato.

 

 (Testimonios encontrados en: TORRES FUENTES SUÁREZ, CRISTINA: Viajes de extranjeros por el Reino de Murcia, Tomo III. Real Academia Alfonso X el Sabio. 1996)

 

 

MANUEL GARCÍA SÁNCHEZ

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