‘MANOLO DEL JARDÍN’

1-09-97(2)

Manolo del Jardín y Tamara García Sánchez,

quinta y séptima generación de la ‘historia de las rosas verdes de Santomera’

 

Entre los virtuosos, los generosos son apreciados casi más que nadie,

pues son benéficos y ello por dar

 

Aristóteles

 

Hay cosas que nunca se olvidan. Año 2006. Me encontraba cabizbajo en un banco del tanatorio. Eran las diez de la noche. Mi abuela, la madre de mi padre, había fallecido. Tres años antes lo hizo su hijo, padre del que aquí les escribe. Y cinco años antes su marido. Tres personas que, al parecer, de la mano se cogieron para partir juntos. Con ellos acabaría marchándose también el Jardín… Mirando al suelo, mano en el mentón e intentando buscar explicaciones a la fatalidad, una mano tocó mi hombro. Alguien se sentó junto a mí. Fue el párroco, y lúcido ilustrado, Juan Gregorio. “En tus ojos se nota la mirada del sufrimiento”, me comentó en un tono algo discreto. Lo miré y, sin saber qué responder, ni una sola palabra pude articular para acompañar a las suyas. No le preocupó. Comenzó  a hablarme de mi familia. Y finalizó con una declaración de las que son imposibles de olvidar: Santomera nunca sabrá lo mucho que tu abuelo dio a esta  tierra. Acabó  sus últimos años profundamente indignado, sin embargo, nunca dejó de ayudar a quienes lo necesitaron. Muy raro será volver a ver a alguien como él.

Ayer, 5 de julio de 2017, se cumplieron dieciséis años del fallecimiento de Manuel García Peña. Llegó a Santomera un 16 de Julio de 1949, el día del Carmen, el mismo día del santo de su madre. Desde Beniel,  junto a su esposa y su primera hija, entró en  Santomera una persona a la que todo el mundo recuerda con un cariño y respeto inusual. Don Claudio Hernández-Ros Murcia quiso brindar a este pueblo con la presencia de esta gran persona que era Manolo del Jardín, epíteto que se ganó con un respeto incuestionable al ser el guardián del enclave natural más privilegiado y excepcional de la Historia de Santomera. “Es la mejor persona que jamás  haya conocido públicamente y quiero decirlo”, fueron las palabras de Don Claudio hacia Manolo, y quiso que los santomeranos lo supiésemos de viva voz. Después nacerían sus otros dos hijos. Posteriormente llegarían los nietos. El Jardín acabaría siendo cuidado por una familia de personas muy humildes, sin afán de protagonismo y con una perseverancia en la lucha de nobles causas. Todo sin hacer ruido. Con la única satisfacción de hacer las cosas bien porque el deber así lo exigía. Trabajar en silencio y no esperar nunca nada a cambio. Esa era la filosofía de esta familia. Y es que en el patriarca cobra sentido la expresión: “obras son amores y no buenas razones”.

Quisiera que este texto fuera un homenaje a él, con el ánimo de que su nombre y obra no caiga en el olvido. Con todo el respeto a quien siempre vi como una persona radicalmente humilde y cotidiana.  Pero que ahora, al rascar un poco en nuestra historia, se me presenta como un hombre verdaderamente excepcional. Méritos que nunca mostró por la sencillez con la que se relacionaba con los demás. Humano, demasiado humano. Pero con la autoridad moral suficiente para, con firmeza, dejar claro que la lucha por el bienestar de las personas y sus relaciones no entiende de matices pictóricos. Con un ejemplo tal que, a día de hoy, no hay absolutamente nadie que sobre él ponga la más mínima sombra. Rara avis.

En 1991, dijo de él Francisco Gónzalez en la primera defensa institucional en la que se le quería honrar con el distinguido nombramiento de Hijo Adoptivo: “¿Quién no conoce a Manolo del Jardín, como cariñosamente lo llamamos todos? (…) En su Santomera ha venido, durante muchos años, prestando su trabajo, apoyo y dedicación a todas las instituciones sin excepción, con la única ilusión de mejorar este pueblo. Tal vez merezca especial mención, sin olvidar las demás, su dedicación al largo periodo de trabajo que supuso nuestra segregación. ¡Qué hombre! ¡Qué capacidad de trabajo! ¡Qué ejemplo más difícil de imitar!”. Proponemos que se reconozca su trabajo y dedicación a favor de nuestro pueblo nombrándolo Hijo Adoptivo de Santomera, y por lo tanto hermano nuestro”.

Adrian Prisuelos, a raíz  del 16 de julio de  1996, cuando  la Corporación municipal, por unanimidad,decidiera nombrar a Manolo   Hijo Adoptivo, hacia el Ayuntamiento de Santomera y a él fueron dirigidas estas palabras: “Manolo nació en Beniel y Santomera lo adoptó porque siempre demostró ser una amigo fiel. Cincuenta años de su vida Manolo aquí pasó y en todo lo que tocó nunca se dio a la huida. En puro agradecimiento por lo que Manolo fue le nombró el Ayuntamiento hijo adoptivo de él. Esta distinción sincera que habéis dado a Beniel el pueblo de Santomera, os la agradece con fe otro hijo de Beniel. Adiós, queridos amigos, adiós con gran ilusión, siempre os llevaré conmigo dentro de mi corazón”.

En septiembre de 2001, Juan López, a raíz de su fallecimiento, le dedicó un texto titulado Cuando un amigo se va, en la Revista de las Fiestas Patronales: “(…) Desde nuestros primeros encuentros intuí que estaba ante un tipo extraordinario y esta impresión se confirmó con los sucesivos contactos. (..) Manolo era discreto, de pocas palabras, las necesarias; generoso y servicial, con un sentido del humor exento de cualquier acritud, jovial y ocurrente si la ocasión lo requería, tenaz en la defensa de unas pocas ideas en las que creía con mucha firmeza y sin las ambiciones capaces de ensombrecer la trayectoria de cualquiera. Después se me revelaría como un hombre esencialmente bueno, radicalmente honrado y rabiosamente leal.  Y dotado de un sentido de la responsabilidad nada común. (…) Sus capacidades le obligaron a asumir puestos de relevancia que él nunca buscó, en los que sé que no se encontraba cómodo y que desempeñó con envidiable dignidad y eficacia. Manolo huía de los primeros planos y prefería las tareas menos vistosas y más incomodas (…). Manolo nos ha dejado el testimonio de una generosidad y de una actitud ciudadana poco comunes: asumió llevar una vida sencilla y renunció al bienestar material y otros beneficios (…). Y también ha dejado, justa contrapartida de su proceder, una huella profunda en un importante capítulo de la historia del pueblo y en la memoria de quienes lo conocimos y tratamos (…).

Juan Francisco Nicolás, quien siempre miró a Manolo y a Claudia como sus padres, y a sus hijos como sus hermanos, escribió Un hombre de madera de boj en la Revista La Calle el mes de mayo de 2013, en la sección Santomeranos que dejaron huella: “Desde muy joven, Manolo ‘del Jardín’, nacido en Beniel en el seno de una familia humilde, debió fraguarse en la batalla de la vida. Eran tiempos difíciles y tuvo que ver cómo a su padre se lo llevaban en el camión solo por pensar diferente. A buen seguro, este capítulo colaboró a perfilar su conciencia social y política. (…) Fue diligente y nunca abandonó tampoco las tareas familiares, aunque en muchas ocasiones la intimidad de su casa se viera alterada por amigos y necesitados que recurrían a Manolo y a Claudia para cualquier tipo de ayuda. Sus puertas siempre estuvieron abiertas, y todos encontraron tras ellas un largo etcétera  (…) Sabía cultivar la tierra y las relaciones sociales como nadie, pues, aunque un tanto tímido, estaba siempre abierto a echar una mano, se tratase de quien se tratase. (…). Humildemente pienso que personas como él unen a las gentes y hacen de Santomera un pueblo grande. A estas palabras habría que añadir la justa y merecida mención que recibió Manolo en el Pregón de Semana Santa de este año. Donde  las rosas verdes y las naranjas del obispo encontraron el afectuoso reconocimiento de quien se crio muy cerca de ellas.

El largo y costoso proceso de segregación que tuvo como fruto nuestro Ayuntamiento, el ejercicio como tesorero en el Círculo Cultural Agrícola, su labor en la Hermandad de labradores, su implicación en la Extensión Agraria, su plena entrega en la Comunidad de Regantes y el  Sindicato, su generosidad a la hora de llenar la despensa de comida a quienes no podían trabajar, su recogida de donativos cuando la Iglesia lo necesitó, su fidelidad a “La Cama” y su devoción por ella, su asistencia a todos y cada uno de los entierros de Santomera –con el compromiso fiel de despedir a todos y cada uno de los vecinos-, su espíritu incansable para que el Jardín recuperase el esplendor de épocas pretéritas, las incontables ocasiones en las que enviaba a alguno de sus trabajadores a los bares del pueblo por si alguien se había quedado sin jornal ese día, y poder llevárselo a trabajar al campo para que tuviera algo que llevar a casa, su sentido de la justicia, su más honesta y honrada entrega a Santomera y a sus vecinos…

Si algún día se celebrase el centenario de su nacimiento, ya pueden llevar a gala las autoridades públicas el estar sentados en los hombros de este gigante de la generosidad que fue Manolo del Jardín.

Por todo esto y mucho más, Manolo del Jardín es un ejemplo para las generaciones presentes y venideras. Un modelo a seguir. Un protagonista de nuestra historia. Pero también un revulsivo. Un toque de atención a nuestras conciencias. Alguien que nos ha hecho a todos muy pequeños, pero que a la vez ha hecho de Santomera un pueblo grande. Una persona que falleció pero que nunca murió, pues  ciudadanos como él son los que dejan como legado una especial capacidad  de transmitirnos el sano orgullo de haber nacido en esta hermosa y singular tierra que es Santomera.

 

Manolo del Jardín, ecce homo  (he aquí el hombre)

 

 

 

 

MANUEL GARCÍA SÁNCHEZ

 

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